
Este domingo es mi tan anhelada graduación de maestría. El cliché de tener sentimientos encontrados se mudó a mi cerebro hace dos meses, cuando completé exitosamente mi trimestre final. El 4 de 4 fue como el clímax de una montaña rusa que me volteó de cabeza en más de un giro. Como te he dicho antes, el “qué” es secundario al “con quién”. Así que, antes de pasar la borla al otro lado del birrete, déjame hablarte de los que me acompañaron en esa cuarta vuelta.
Por meses, había anticipado que en uno de los dos cursos finales trabajaríamos en grupo todo el tiempo y las referencias indicaban que tendríamos la oportunidad de escogerlo. Depender de las mismas personas a lo largo de 12 semanas ameritaba una selección cuidadosa. Los lazos que formé en trimestres anteriores me permitieron identificar aquellos compañeros talentosos con los que tenía mayor sinergia. Uno fue señalando a otro hasta que, al fin, éramos cuatro o, mejor dicho, Dosydós. Durante el proceso, tuvimos que rechazar algunos acercamientos conscientes de que no se trataba de amistad sino de parearnos con quienes mejor complementaran nuestro estilo y ritmo laboral. Finalmente, comprobé que mi elección fue acertada porque ¡el resultado fue glorioso! Semana tras semana ejecutamos cada tarea, excediendo expectativas y sacando lo mejor uno del otro. Tanto así, que nos apoyamos en nosotros cuatro incluso para la clase que no requería colaboración grupal. Alejados de todo drama, nos adherimos al No man left behind y a la maravillosa vibra de quien nos tocó como clienta. Vencimos retos y realizamos un trabajo hermoso, bien pensado, realista y alcanzable. Cuidamos cada detalle y dimos una presentación sinigual. Los elogios emotivos de la clienta y la validación del profesor elevaron nuestra satisfacción a lo más alto. Te aseguro que cerré aquel Zoom inflada de orgullo e incrédula de que ya todo había acabado.
Aguanté las lágrimas mientras buscaba el espumoso que había puesto a enfriar para nuestra celebración virtual. Me conecté a ese otro enlace… y comencé a extrañarlos. El compromiso y la camaradería de este equipo evocaba el de uno que por años llamé “los óptimos” (con el organizaba -para otra institución- lo que se celebra este domingo). Lo especial de este caso es que nosotros nunca habíamos compartido simultáneamente un mismo espacio físico. La química y el cariño se lograron a través de un monitor y esa noche, poco a poco, cada uno reconoció a los demás por todo lo que aportaron al proyecto y, por qué no decirlo, a nuestras vidas personales. Un mes más tarde, nos juntamos en persona y, tras removernos las mascarillas, intercambiamos risas y anécdotas con la esperanza de transformar el extraordinario compañerismo en amistad. Mas, tengo que confesarte que, aun si todo quedara ahí, contar con ellos fue el honor más grande de esta aventura académica.
Hoy, de mi corazón a los suyos, sólo resta darles las ¡gracias por sentarse a mi lado! ✌️